Mis Amigos Todavía Siguen en Egipto

Amigo es una palabra tan grande, tan profunda, tan intensa, tan multifacética, tan ninguneada, que es muy difícil darle un significado único, pero al menos en mi caso me queda en claro las viejas palabras «amigos son los amigos». Mis amigos son eso, mis amigos, pero todavía ese grupo de papanatas, al que amo, sigue en Egipto.

Todos tenemos alguien viviendo en Egipto, padre, madre, hermanos, amigos, y algún que otro conocido; pero que se hayan quedado disfrutando de ese lugar no quita que los hayamos dejado de amar.

Hace unos 3.500 años atrás vivió en Egipto un Príncipe que era egipcio por adopción, pero hebreo de sangre. Después de cuarenta años de vivir como Príncipe, de educarse como Príncipe, de ser adorado como todo Príncipe egipcio de esa época, decidió forzosamente abandonar todo; la historia cuenta que un día vió como su pueblo de sangre era sometido y cuando al ver observó que un egipcio golpeaba a uno de los hebreos, viendo que nadie le miraba, le dió muerte al egipcio; y cuando Faraón se enteró, procuró matarlo. Por eso mismo Moisés huyó a tierras de Madián.

Moisés empezó a experimentar, quizás muchos años antes de huir, cómo era vivir con el corazón partido al medio; nadie pone en duda que amaba a los que lo adoptaron, pero también amaba quien era, y era un hebreo.

Cuarenta años pasó Moisés retirado en tierras de Madián, hasta que el Faraón muere y le es sucedido por otro Faraón, que vaya, era su medio hermano, el mismo con el que se crió.

Que Moisés llamara al Faraón con el nombre FARAÓN, en vez del nombre real, indica, no falta de memoria o indicativo de una historia inventada, sino respeto y amor por quienes lo criaron.

La historia que sigue es conocida: Moisés es llamado por Dios a libertar al pueblo hebreo de la esclavitud en la tierra de Egipto y llevarlos hasta la tierra prometida. Diez plagas tuvieron que pasar para que FARAÓN decidiera finalmente dejar salir a todo el pueblo hebreo de Egipto; pero FARAÓN no se dio por derrotado y persiguió a Moisés y a los más de dos millones de hebreos que huían, pero FARAÓN pereció junto a todo su ejército cruzando las aguas del Mar Rojo.

Moisés no festejó, Moisés no hizo una fiesta para festejar la victoria, Moisés no saltó de alegría, Moisés tenía el corazón dividido entre su pueblo de sangre, el pueblo de Dios, el pueblo del cual nacería el Mesías, y su pueblo adoptivo, el pueblo que no era de Dios, el pueblo que finalmente lo perseguiría para matar.

La historia no lo cuenta, el libro del Éxodo no lo relata, pero mi corazón sí me lo hace saber «Moisés lloró» al ver al FARAÓN y su ejército, perecer en las aguas del Mar Rojo, que se le cerraron tras el paso del pueblo de hebreo.

¡Cómo no va a llorar! al fin y al cabo era su hermano, eran quizás sus amigos los que allí quedaron revolcados por las aguas de un mar que no los perdono.

¡Cómo no va a llorar! si yo también lloro por los papanatas de mis amigos que todavía están viviendo en Egipto.

Egipto representa ese lugar especial donde algunos decidieron quedarse, aún después de recibir el llamado de Dios, de los que decidieron quedarse por no creer en Dios; de los que decidieron quedarse por el placer de vivir en Egipto, de los que decidieron perseguir a los que quisieron salir de Egipto.

Vos ¿De qué lado del Mar Rojo estás? ¿De qué lado te quedaste? ¿De qué lado queres vivir? Del lado de los que cruzaron las aguas abiertas por las manos de Dios o del lado de los que se quedaron en Egipto.

Rosario, 16 de septiembre de 2024.-

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